En épocas pretéritas, nuestros antepasados griegos se dieron a la tarea de contar las estrellas. De contarlas, clasificarlas, agruparlas y darles nombres de animales y seres mitológicos (de esa manera surgieron tanto la astrología como la astronomía, pero eso será motivo de otra columna).
Llegado el momento, se dieron cuenta que no podían contarlas todas. Eran muchas, demasiadas; incontables. De manera que acuñaron un concepto para denominar su número: eran una miríada de estrellas.
Un número demasiado grande para expresar, dijeron, pero que aún debía tener una base, así que la definieron como cien veces cien, o 104. Se referían al número 10.000. El diez mil era pues, para los griegos del pasado, el referente figurativo de las cosas tan numerosas que no se podían contar.
Tal número marcaba el límite de lo imaginable y solo se podía llegar hasta él; no existían más guarismos en su lógica.
¿Cantidad de estrellas?
Más de 20 siglos después, la duda de nuestros antepasados no está aún resuelta. El número de estrellas que se ha llegado a calcular (¡que no a contar!), según un cálculo hecho por el astrónomo Gerry Gilmore de la Universidad de Cambridge para la BBC en 2018, es de diez sextillones. Un 1 seguido de 22 ceros. Tal cifra se obtiene calculando el número de galaxias descubiertas hasta entonces (100.000 millones) por la cantidad promedio de estrellas que tiene cada una, 200.000 millones. Sin embargo, al afirmar que el universo es infinito, abrimos la puerta para que esa suma se amplíe aún más.
Infinito
Ya que hablamos del infinito, habrá que decir que, como concepto, lo adoptamos antes de manera filosófica que científica. El símbolo del infinito (∞; Alt+236 en Windows, Option+5 en Mac, de nada) fue diseñado recién en 1655 por el matemático John Wallis, quien se basó en un rediseño del uróboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo de los ciclos eternos que no tienen inicio ni fin y otra herencia de los griegos antiguos (aunque presente también entre los egipcios).
Hoy entendemos que un conteo numérico podría ampliarse indefinidamente, sin embargo, el infinito no puede incluirse en conjuntos numéricos como el de los enteros o los naturales, porque se comporta de forma distinta a todos ellos cuando se lo somete a operaciones matemáticas básicas.
Y después de tantos siglos, aún lidiamos con la idea de lo incontable. Es curioso lo poco que nos ponemos a reflexionar sobre la magnitud de ciertas cifras porque, ciertamente, se nos hacen muy difíciles o directamente imposibles de imaginar y manejar.
Elon Musk acaba de donar 5700 millones de dólares en acciones a la caridad, pero ciertos sitios de noticias anotan “casi 6 mil millones”. ¿No es mucha la diferencia? La pregunta no es esa, sino ¿a quién le importa?
La segunda cifra es más fácil de comunicar que la primera y punto. Para una cantidad tan grande y difícil de visualizar, casi da igual. Una suma cercana serían los 489 millones de euros que le costó a los jeques árabes del PSG el pase de Neymar. Una cantidad obscena, lo digo como hincha del fútbol, que te invita a pensar cuántas otras cosas útiles se podrían financiar con todo ese dinero, desde escuelas y hospitales hasta investigaciones que den con la cura de ciertas enfermedades.
En el año 2003 se nos dio el trabajo de comunicar las reservas de gas con las que Bolivia contaba a la fecha: 52 TCFs (trillones de pies cúbicos). Es decir, un 52 seguido de 18 ceros. El detalle era, ¿quién se podía imaginar una cantidad como esa? (peor aún, ¡de gas!)
Hace unas semanas logró acomodarse con éxito en el denominado punto de Lagrange 2 el nuevo telescopio de la NASA, el James Webb, que, gracias a su espectro de visión infrarrojo, logrará descubrir más estrellas y ver nuestro universo tal como era hace 13.500 millones de años, muy cercanos a los 14 mil millones de años en los que se calcula su edad. ¿Quedará entonces misterio en el espacio para descubrir? Sí, porque después de todo, es infinito. Así que nada, a añadir más estrellas al cálculo.
Del mismo autor: Los científicos locos, nosotros y el futuro