A determinadas horas del día, si se pasa por algunas parroquias, organizaciones vecinales o comedores sociales, en España, resulta inevitable fingir no ver a gran número de personas haciendo filas del hambre y esperando con carritos de la compra, bolsas o incluso cajas.
Hace doce meses atrás, estas filas en las que se encontraba un grupo que podía contarse a simple vista, ha pasado a ser una especie de marea difícil de estimar.
Según ha ido aumentando la precariedad laboral y los despidos, ha crecido la pobreza. Hasta hace un año, muchas de estas personas no imaginarían verse en una situación así, es más, podrían ser parte de los que miran desde el otro lado de la calle con pena, como si eso fuese algo ajeno. A día de hoy, quienes miramos del otro lado de la calle lo hacemos también con miedo, que nadie escupa hacia arriba, que nadie se sienta 100% seguro ni se piense salvo ni “libre de”… No es tiempo para este tipo de certezas.
Filas del hambre
Las denominadas “filas del hambre” se han instaurado como una mala y dolorosa realidad en la mayoría de las ciudades españolas, los datos indican que se han cuadruplicado en número y diversidad, a las personas que ya asistían por estar viviendo en la calle o en situación precaria, se suman también trabajadores desempleados o personas que se encuentran en ERTE (Expediente temporal de Regulación de Empleo). En las filas se entremezclan las nacionalidades, distintos niveles culturales y ocupaciones (incluidas personas con estudios universitarios), la crisis no discrimina. El sufrimiento no suele igualar a todos.
Según datos del Ministerio de Seguridad Social y Economía Social de España al 4 de marzo de 2021, en el mes de febrero se destruyó 30.000 empleos. Hay 4 millones de parados y los ERTE alcanzan a los 900.000. Fuentes extra oficiales señalan que la cifra total de desempleados ascendería 6 millones de personas si además se cuenta a las personas que están realizando cursos de formación en situación de desempleo.
El PIB presentado en España en febrero bajó un 11%. El pronóstico es más que pesimista, la situación no hace más que empeorar y el horizonte económico no acaba de estar claro.
La distribución de alimentos por parte de organizaciones benéficas es la única ayuda directa que están recibiendo algunas familias. El Ingreso Mínimo Vital aprobado por el gobierno español en mayo del año pasado no ha llegado a todos (se vio apoyar a 50.000 hogares y a dos millones de personas, sin embargo, puede que el número de quienes necesiten esta ayuda haya sido superado con creces). Pero detrás de las estadísticas, hay nombres e historias, personas que en un año han visto desvanecer su estilo de vida como por arte de magia, por no hacer referencia a quienes ya vivían al día.
Consecuencias y problemas que se arrastran
A las situaciones ya descritas anteriormente se suman también la de los jóvenes, quienes tendrán que seguir acarreando la imposibilidad de independizarse.
La pensión de los abuelos será el refugio de muchos hogares en los cuales hay más de una persona en paro, es decir sin trabajo, y no es que la pensión sea boyante, pero en muchos casos es el único ingreso posible cuando las ayudas se acaban o no llegan.
Las mujeres siguen siendo el eslabón débil, en el mercado laboral español, y la tasa de desempleo femenino es 4% superior al masculino, a lo cual se unen la discriminación por edad (por encima de los 45 años se es demasiado mayor para acceder a ciertos puestos) o si se tienen hijos, o si se piensa afrontar un embarazo próximamente.
Es por ello que las filas del hambre seguirán creciendo y no se vislumbra un horizonte optimista donde vayan a disminuir de tamaño.
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