Fue hace mucho tiempo, tal vez hace unos 15 años. Estábamos en Sopocachi, en casa de unos parientes, tomando el té, seguramente por algún cumpleaños familiar. Por esas casualidades, la tía y yo coincidimos en la cocina de la casa, donde había una televisión de esas cuadradas y chiquitas, que antes todo el mundo tenía en la cocina, con la telenovela de las siete. Allí se dio la lección.
En ese momento, pasaron un comercial de Vanish, el famoso complemento quitamanchas para lavar ropa. Nunca se destacaron por la creatividad conceptual, pero eran buenos para las demostraciones de producto: en el anuncio, un impulsador de la marca manchaba inopinadamente con vino a una señora que pasaba por allí. Ella, muy melodramática, como quien invoca al Chapulín Colorado, se preguntaba “oh, y ahora ¿Qué puedo hacer?”.
En ese momento, el gil que había manchado su ropa le pedía que se quite la blusa, mientras la reemplazaba con una polera brandeada, y la ponía a lavar, para que se vea la magia de su marca. El comercial terminaba con una pantalla dividida, clásico recurso para ilustrar cómo quedaba la blusa con el producto y sin el mismo.
Mientras volvía la telenovela, mi tía, apoyada en la pared y cruzada de brazos, me lanzó una mirada inquisitiva, de esas que puedes sentir incluso si estás de espaldas.
–Vos te dedicas a hacer estas cositas, ¿no?
Yo ya tenía un par de años como creativo publicitario, pero el tono de la interpelación venía cargado de sarcasmo chuquisaqueño. Tragué saliva. Respondí con el mismo convencimiento con el que los médicos te dicen “no te va a doler”.
–Ehm… sí…
–¿Realmente piensan que las mujeres somos tan cojudas?
Me quedé sin respuesta. Mi tía continuó.
La lección
–Qué fácil pues, hacer una mancha a propósito, y en ese mismo momento meter la ropa en la lavadora. El jodido de tu tío puede comer un mondongo el domingo, con todo el ají colorado que se antoje. Y claro, se mancha, tu tío. ¿Sabes qué día lavamos la ropa en casa? Los jueves.
La maldita mancha tiene 4 días para fundar la capital en la camisa de tu tío, si le da la gana. Y yo me doy cuenta por el olor más que por otra cosa. Pero ahí está la mancha de ají, toda campante, el rato que saco la camisa para ponerla en la lavadora. Y no se va la muy maldita, hasta que tengo que lavarla a mano.
Me miró muy fijamente y terminó:
–El día que inventen una cosa para sacar ESA mancha, avísame y te lo bailo.
Cuál estudio de mercado, grupo focal, ni macanas. La tía me había dado una lección no solicitada de demandas del cliente, y las poderosas multinacionales químicas aún no dan con la fórmula para sacar el ají colorado de Padilla de la camisa de mi tío. Mi tía Ruth nos dejó la semana pasada, y ese fue uno de muchos momentos de lucidez capitalina que compartió conmigo, pero el más cercano a mi profesión.
Tía: de todos tus sobrinos, fui al que más gamberradas le aguantaste. Te voy a extrañar. Gracias eternas por tu palabra, por tu cariño, por esos mondongos bien cargados de ají de Padilla… y bueno, por tus insights.
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