Hay dos formas de llegar al corazón financiero criollo de Cochabamba, al «Wall street», una es en cualquier vehículo motorizado y la otras es a pie. De cualquier manera, dado el día y la hora en que se intente llegar, el resultado será el mismo, en algún momento habrá que acudir tan solo a los pies, para llegar allí donde late con fuerza el movimiento mercantil de la ciudad.
Al llegar una sinfonía de olores recorrerá las fosas nasales, impregnándolas de un perfume en el que se combinan aromas de piñas recién cortadas, tripas fritas, cloacas permanentemente destapadas y otros efluvios de origen humano, resultando en una combinación curiosa que le imprime el sello característico a la intersección de la Avenida San Martín con la calle Honduras.
Pero hay un olor que no llega a los nervios olfativos y ése, es el olor del dinero, que allá fluye y en grandes cantidades. Se lo percibe en el aire pero su presencia no es fácilmente detectable, porque lo más importante es no llamar la atención, hay que pasar lo más desapercibido que se pueda y tener un bajísimo perfil, finalmente es una zona de alto riesgo donde los robos callejeros están presentes al igual que los vendedores ambulantes de comidas, baratijas, gorras, empanadas, bananas y mucho más.
En este corazón comercial de Cochabamba, las sucursales de la banca tradicional se “quitonean” el poco espacio existente con otras competidoras de índole similar, es decir compiten con las financieras, las cooperativas, los prestamistas y los compradores de oro, para estar ahí.
Una al lado de la otra, no importando la extensión en la que se ubican, la presencia bancaria es obvia, lado a lado se encuentra el Banco Económico y el Mercantil Santa Cruz, al frente el Ganadero, en la otra esquina el fondo financiero Fassil, más allá el Banco Sol, un poquito más al fondo el Nacional de Bolivia, y entre medio el Banco Fie, además de la cooperativa El Buen Samaritano y Prodem. A pocos pasos también está el BCP y en la calle paralela el Banco Los Andes Procredit.
Las joyerías casi no tienen nombre reconocible, sólo indican que compran oro y plata, incluso oro de dentista. Luego, en esa mezcla imposible, se conjuncionan las peluquerías, las tiendas de celulares y por supuesto las de relojes y repuestos.
Un poco más lejos están los gigantescos mercados a cielo abierto, el Fidel Araníbar, San Antonio, La Pampa, la Calatayud, el mercado La Paz, el Miamicito y El Gallo. Encima de todos, desde un mitológico trono, reina Mercurio el dios del comercio, a quien no se le rinde pleitesía, pero se le termina venerando de una u otra forma, porque el dinero corre y muy rápidamente.
Movimiento perpetuo
El movimiento, en el Wall Street cochala, no se detiene nunca, entre las siete y las once de la noche los grandes almacenes de telas transportan sendos fardos entre una tienda y otra, aprovechando que el tráfico ha disminuido; entre las tres y las seis de la mañana los mayoristas de zapatos les venden a los minoristas, luego entre el alba y las diez de la mañana los minoristas se aprestan para limpiar sus puestos de venta y darle al sitio un aspecto limpio, ordenado pero sobre todo con mercadería surtida.
Ellos han aprendido que a los clientes hay que ofrecerles variadito, nunca faltará la doña que quiera esa radio en rojo o el joven que prefiere calzados de amarrar y no “de meter”.
De ahí a esperar, y a esperar a que se produzca una transacción comercial. La espera puede ser de horas o de minutos, dependiendo del día. Si es día de feria como un miércoles o un sábado las ventas no se harán esperar, si es otro día, como un martes, probablemente la primera venta, se hará cerca al medio día y quien venda se santiguará, como lo hace en cada primera venta del día.
Con señal de la cruz o como fuere, la cosa es vender. Siempre habrá alguien que comprará lo que hay en venta. Y por supuesto, siempre habrá el regateo, el “rebájame pues casera” y el “yápame, pues… si yo te compro siempre sólo a ti”.
Lo que los compradores no saben es que sus vendedores son 24, 7, 365. Es decir que las 24 horas del día, los siete días de la semana y, en fin, todos los días del año, los comerciantes están pensando en su negocio, en cómo hacerlo crecer, en como aumentar sus ventas.
Acá no hay la renovación anual del auto o del celular, o las vacaciones de fin de año a cualquier parte. Quien vive del comercio probablemente no cambia de ropa, ni calza más de un par diferente de zapatos, no invierte en sí mismo, sobrevive con un almuerzo de doce pesos y duerme con la misma ropa con la que estuvo trabajando durante el día.
Tampoco se desconecta cuando llega del trabajo, para empotrarse frente al televisor o para ir al gimnasio, su cabeza sigue dando vueltas en torno a su puesto de venta.
Pero se asegura de una sola cosa y es la de poner su dinero en un lugar seguro, para ello deposita su confianza en los bancos o en las entidades financieras privadas, ha aprendido que puede contar con ellos y además conoce como pedir prestado, paga a tiempo (aunque como en todo lado, hay quien no lo hace) porque necesita de un buen historial para seguir sacando préstamos.
La “Llajta” y la “pirca” calle
Inglaterra fue el origen de la primera revolución industrial. Su capital, Londres, es, junto con Nueva York y Tokio, uno de los tres centros financieros del mundo. El corazón financiero de la capital londinense se localiza en la denominada City, un céntrico distrito donde, en el siglo XIX, tenían su sede todos los bancos. Hoy, alberga los centros de decisión de la mayoría de las entidades bancarias implantadas en el Reino Unido.
En Cochabamba, la City o la Llajta (ciudad en quechua), se ubica en la zona sur, justo en la confluencia de la avenida San Martín con las calles Honduras, Montes, Lanza y 25 de Mayo, en aquel lugar se hallan las filiales bancarias, mayoristas, minoristas, transportistas, y buhoneros. A poco más de un kilómetro, la antigua y tradicional City cochabambina va a su ritmo, y las calles Nataniel Aguirre, Calama, Jordán y Esteban Arze, son testigos silenciosos de los intercambios comerciales de los devenidos en nuevos fenicios.
Wall Street, (Calle de la Pared) según la enciclopedia electrónica Wikipedia, es el nombre de la estrecha calle neoyorquina situada en el bajo Manhattan, entre Broadway y el East River. Considerada como el corazón histórico del distrito financiero, es el principal y permanente hogar de la Bolsa de Valores de Nueva York, el nombre de la calle deriva del hecho de que durante el siglo XVII, fue el límite norte de Nueva Ámsterdam.
Allí, los colonos holandeses construyeron en 1652 una pared de madera y lodo. La pared significaba una defensa contra el posible ataque de los indios Lenape, colonizadores de Nueva Inglaterra y los ingleses. La pared fue derribada por los ingleses en 1699. Aunque la muralla desapareció el nombre de la calle sigue recordándola.
La Llajta no tiene una calle con una pirca (pared) que sirva de límite, empero la emergencia del capitalismo popular ha producido anuncios que en quechua dicen: Waj suyukunamanta Apachiku (remesa internacional) o Cochabamba llajtapi kay oficina wasikunaman riy (en Cochabamba la oficina que te presta plata está en) que para ciertos ojos, se transforma en una pared lingüística.
aunque, como decía uno de los encargados de agencia bancaria, ya casi no queda alguien que sólo hable quechua, ahora son, en una gran mayoría, bilingües y el sistema bancario se adecua a las necesidades del mercado, dando lugar al florecimiento de la banca en zonas no tradicionales.
Banco mejor que el colchón
Rápida y fácilmente los cobradores de las grandes empresas como Fino, Imba, Sofía y PIL, por nombrar a unos pocos, han aprendido que deben llegar a eso de las dos y media a las sucursales de los bancos para depositar todo lo que cobraron a sus “caseritas” y así de rápido los cajeros cuentan los billetes, quienes se han vuelto unos “hachas” para contar la plata y no hacer esperar a sus usuarios y, como dijo un gerente de sucursal, es un adiestramiento magnífico.
Pero no sólo los cobradores esperan su turno para ser atendidos, la peluquera, la vendedora de abarrotes, la verdulera y la carnicera son pacientes y acuden a la agencia para encomendar el producto de sus ventas.
Nadie quiere arriesgarse a sufrir un robo, por lo que el dinero va en lugares inusuales, es tan útil el aguayo en que va la wawa, como la bolsa de compras o la mochila, nada de ostentosos maletines a lo James Bond o bolsas con el logo del banco. Mientras más desapercibido pase, tanto mejor. No sea que por andar ostentando tanto la vendedora como su dinero, se transformen en el codiciado objeto de deseo del maleante de turno.
Por supuesto habrá que armarse de paciencia, mientras se hizo la observación participante de campo, quien escribe este reportaje pudo cronometrar que un caballero estuvo en la caja, de uno de los bancos, durante cuarenta y cinco minutos, esperando que la concienzuda y veloz cajera contase todos y cada uno de los billetes que fue a depositar.
El ensanchamiento de la clase media ha provocado que los bancos inviertan en nuevas sucursales, según Ovidio Suárez, gerente de marketing del BCP, ellos como entidad bancaria buscan estar cada vez más cerca de sus clientes para satisfacer sus necesidades con soluciones financieras innovadoras, ofreciendo una amplia variedad de puntos y canales de atención en todo el país; cuentan con 45 agencias a nivel nacional, 28 puntos de atención “Agentes BCP”, dos centros promocionales de microcrédito y 190 cajeros automáticos.
El Banco Mercantil Santa Cruz (BMSC), de acuerdo a Oscar Caballero, vicepresidente de banca personas y negocios, se precia de tener la red de agencias más grande del país, tiene presencia en los nueve departamentos con 16 oficinas en La Paz, cinco en El Alto, 11 en Cochabamba, una en Quillacollo, una en Sacaba, una en Colcapirhua, 19 en Santa Cruz, y de a una en Warnes, Montero, Puerto Aguirre, San Juan de Yapacaní y Santa Rosa del Sara.
El Banco Ganadero tiene en Santa Cruz 11 puntos de atención, en La Paz dos puntos, en El Alto uno y en Cochabamba cuatro.
De esta muestra, todos ellos tienen una sucursal en el Wall Street criollo, lo que hace suponer que de los más de dos mil puntos de atención que hay en todo el país, entre un 15 a 20% se encuentran en las zonas populosas.
A pesar de ser pocas, son muy representativas para la vida del banco, y al decir de uno de los jefes de operaciones de una sucursal, son segundas respecto al movimiento general del banco, es decir por detrás de la oficina central.
El lugar donde te prestan
Pero el banco no es sólo el chanchito del ahorro, es desde un salva-apuros para quien tiene que comprar una llanta de repuesto, hasta el aliado comercial para grandes mayoristas e inversores. Y hay ofertas crediticias para todos los gustos, Prodem se especializa en micro créditos, desde los créditos relámpago de 400 a 4000 Bolivianos a los 50 mil dólares, aunque su fuerte se encuentra en los préstamos de diez mil dólares. Los créditos menores son a sola firma, demostrando que el negocio funciona.
El BMSC tiene el préstamo PYME, que va desde los mil dólares hasta los cincuenta mil, para compra de mercadería, materias primas e insumos, entre otros.
El Banco Ganadero, con su programa netamente comercial llamado “Yo te presto”, efectúa préstamos mayores a 15 mil dólares, con garantía hipotecaria, entre diez a doce años de plazo y un interés que varía alrededor del 10%.
Todas las ofertas dependerán de la cara del cliente, pero sobre todo de su patrimonio, sus ventas y sus garantías y hay clientes muy fieles, que sólo intentan cambiarse de banco, cuando les ha ido tan bien que fingen ser la niña codiciada, diciendo que en la competencia les han ofrecido uno o dos por ciento más bajos que ellos.
Pero esos son pocos, los demás confían en obtener buenos convenios y excelente asesoría para que sus negocios crezcan.
Están además, quienes nunca se han prestado plata, como dice Susy Quiroz, vendedora de telas desde hace 30 años en el mercado Fidel Araníbar, ella cuenta que salió bachiller con una hija en brazos y con la ayuda de su papá, quien le dio una de sus dos casetas para que allí vendiese telas, así como un capital de arranque, sus parientes de Santa Cruz la ayudaron dándole las telas a vender y luego ella las pagó de a poco. El negocio fue creciendo, hasta que Susy decidió abrir una sucursal en la avenida Oquendo, donde ofrece telas que vienen de España, Estados Unidos, Canadá y Panamá.
Sin embargo sus mejores clientes, que acuden a la primera tienda, no son de la zona norte de Cochabamba, sino que provienen del Chapare, Cliza, Punata y Sacaba, algunas de ellas son autoridades en función de gobierno. Entre otras preguntas que le hacen a Susy, las que más se repiten son ¿cuál es la más cara?, ¿cuál es el más fino? Y finalmente ¿no tiene más caro? Y Susy invariablemente responde que el metro más caro cuesta 400 Bolivianos (la misma suma que un crédito relámpago de Prodem). Por supuesto, la cliente termina comprando eso y más, con lo que se entiende que si es caro, es bueno.
Un cliente que es fiel a su banco es Justino López (se ha cambiado su nombre, para proteger su identidad), él comercializa pelotas deportivas, tiene alrededor de 50 años y originalmente comenzó trayendo, hace treinta años, sanitarios de Iquique con un capital pequeño, pero tenía el problema de que le llegaban rotos y su ganancia se iba en su reposición.
Por uno de esos azares de la vida, compró un lote pequeño de pelotas chinas en oferta, en uno de sus viajes a Iquique, le pareció “barato no más” y se las trajo para venderlas en su puesto de la Ayacucho y Esteban Arze, ese día vendió las dos mil pelotas, a las que les subió un 30% de su precio inicial. Viajó nuevamente y se contactó con el mayorista de las pelotas, olvidándose de los sanitarios.
Don Justino comenzó con dos mil dólares y subió a un inventario de diez mil dólares en pelotas, reinvirtiendo todas sus ganancias en comprar nueva mercadería, hasta que decidió ir a la China, donde ha conocido a grandes fabricantes que le ofrecen 500 variedades de pelotas de fútbol, fulbito y volibol, los deportes más practicados en Bolivia.
Ahora tiene un inventario de un millón de dólares, le vende a las alcaldías, a las OTB’s, clubes deportivos, colegios y se ha comprado un inmueble cerca a la Esteban Arze, por medio millón de dólares para su segundo local.
José Pérez (nombre ficticio) está en el mundo de la confección, pero no es un sastre, ni vende ropa, aunque eso hizo inicialmente. Él le vende a los confeccionistas máquinas que se usan en la micro-producción tercerizada. Se vino de Oruro cuando se produjo la crisis minera de los años ochenta, con un capital menor a los tres mil dólares, para vender ropita de bebé. Estando en el mundo de la ropa vio que la gente buscaba máquinas y sus repuestos, para que ellos mismos pudiesen dedicarse a la confección.
Viajó a Iquique y compró tres rectas (es decir máquinas que cortan en línea recta), las vendió, con el producto de la venta compró cuatro, que luego las fue duplicando aritméticamente, creciendo a lo largo de veinte años.
Hoy tiene un financiamiento para hacer un edificio de un millón de dólares, de seis pisos en un terreno que se compró en la 25 de Mayo y es un cliente de 800 mil dólares de deuda, aparte de su negocio de compra venta de maquinaria para la confección, alquila locales comerciales que le reditúan una ganancia entre tres a cuatro mil dólares, con lo que la deuda que tiene con el banco se paga sola.
Ella, Josefina Pérez, es la comerciante más grande del centro comercial (Los Molinos) El Gallo, con un inventario no menor a los 800 mil dólares y cierra negocios con los distribuidores autorizados para Latinoamérica de los electrodomésticos Sony, LG, Samsung y Panasonic.
Para llegar al sitio donde se encuentra tuvo que trabajar mucho vendiendo radios chinas en el mercado La Paz, en una caseta de uno por uno, que por aquel entonces, le costó, traspaso mediante, unos 500 dólares. Luego se dio la oportunidad de que una señora le vendiese otra caseta, con lo que pasó a tener dos, cuando El Gallo ofertó sus locales, compró tres a unos seis mil dólares. Diez años después esos mismos locales cuestan entre 100 a 120 mil dólares, con lo que su patrimonio aumentó en más de diez veces haciéndose muy apetecida por el banco, que no objeta a la hora de darle una línea de crédito.
Dámaso (nombre ficticio) es mayor, ya tiene 60 años y vivía de su sueldo de oficinista en la alcaldía, tenía un Toyota muy querido, aunque no de un modelo muy conocido, que paraba más en el mecánico, para ser reparado, que rodando en las calles cochabambinas.
A pesar de ello, no se quiso deshacer del vehículo y obedeciendo a un consejo que le dio su mecánico, se fue a Iquique para traer repuestos usados, pero en lote. Vio que hay una marcada diferencia de precio entre lo que se comercializa en Cochabamba que lo que se vende en el puerto, por lo que en su siguiente vacación trajo todo lo que pudo, vendiendo los repuestos (siempre a medio uso, no nuevos) a sus amigos y a los talleres. Lo siguiente que hizo fue renunciar a su trabajo y toda su liquidación se fue en la compra de repuestos.
Ahora tiene una casa en la avenida Blanco Galindo valorada en medio millón de dólares y un patrimonio de un millón y medio. Tiene una línea de crédito de casi 200 mil dólares y ahora no sólo trae repuestos de Iquique sino de Estados Unidos, especialmente para maquinaria pesada y camiones.
El denominador común de todos estos comerciantes es que todo lo que venden, lo re invierten, comprando más mercadería, a la que le suben el precio a “ojímetro”, porque eso es lo que han aprendido en la escuela de la vida, nada saben de porcentajes, de ventas por volumen.
No gastan en sí, hasta que no tienen lo suficiente, sus gastos operativos son mínimos y hagan lo que hagan, estén donde estén siempre están pensando en su negocio.
Salir del Wall Street criollo es más fácil de lo que parece, sólo hay que tener la misma paciencia que se tuvo cuando se llegó, la mayor parte de los trufis y micros pasan por allí. La ropa quedará impregnada del perfume del lugar y en la memoria quedarán los recuerdos monetarios. Finalmente, como dijo uno de los clientes, es aquí donde está la plata.
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Este reportaje fue publicado en agosto de 2012, en la extinta revista Libre Empresa. Fue el ganador del 11º premio nacional al periodismo especializado en banca, de Banco BISA.