Sin duda el 2022 ha sido un año mucho más complejo de lo esperado. Los esquemas de vacunación ya se habían implementado de manera casi completa, las economías lograban abrir la gran mayoría o la totalidad de sus sectores y poco a poco los flujos de materias primas, insumos y bienes se restablecían, por lo que en la parte real de la economía se esperaba una relativa normalidad.
Las preocupaciones venían por los shocks financieros y los espacios fiscales y monetarios, ya que después de más de década y media de políticas monetarias y fiscales expansivas, exacerbadas durante la pandemia en 2020, era claro que se requerían ajustes para contener las presiones inflacionarias evidentes desde mediados del 2021.
El alto endeudamiento de los hogares y gobiernos, junto con un incremento sustancial de los precios en algunos productos como los alimentos y bienes duraderos para el hogar se presentaban como el principal desafío para las economías mundiales, a lo que había que agregar un incremento del malestar social, sobre todo en economías en desarrollo, como la nuestra.
Sin embargo, durante el 2022, a esto todo este contexto, previsible, se le han sumado las consecuencias de la invasión rusa a Ucrania, empujando un incremento aún más acentuado de los costos de la energía. Estos, a su vez, se han transmitido globalmente a una larga lista de productos. Al mismo tiempo, las reacciones de los banco centrales tuvieron que ser incluso más contractivas, generado un escenario en el que el costo del financiamiento se ha incrementado considerablemente, junto con devaluaciones sustanciales en la mayoría de las economías del mundo.
Recuento 2022
Este recuento, que parece muy lejano a los problemas de la economía boliviana, se constituye más bien en el eje de la problemática que hemos enfrentado durante todo el 2022, sobre todo porque mientras que la dirección de las corrientes económicas mundiales ha cambiado sustancialmente, el rumbo de la economía boliviana se ha mantenido fijo.
Las consecuencias aún no se han percibido de manera completa, sobre todo en lo referente a los niveles de precios, reprimidos en muchos casos por regulación, subsidios o contrabando.
Sin embargo, la constante pérdida de Reservas Internacionales, que al final del 2022 superarán los 1.000 millones de dólares, no solo son reflejo del entorno que enfrentamos, sino también de las incapacidades estructurales que se han venido acumulando. Ante un escenario de precios altos, solo el sector agropecuario pudo incrementar la producción, mientras que el sector minero y, sobre todo, el hidrocarburífero, muestran debilidades estructurales para aumentar su oferta.
En el ámbito interno, la emergencia de la conflictividad social muestra las presiones distributivas en un escenario de agotamiento de recursos, lo que ha afectado el desarrollo de las actividades comerciales y de servicios.
En general, el 2022 puede resumirse como un año de consumo de los últimos espacios fiscales, monetarios a nivel macro y, para las familias y empresas, de reservas y ahorros. Si no se llevan adelante los cambios necesarios en la política económica, dando un mayor margen de acción a sector privado, también podría ser un año de inflexión hacia un escenario de contracción.
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