En algunos países persiste la costumbre de coleccionar diplomas. En otros, un profesional es valioso por lo que sabe, no por cuántos cartones tiene en su haber.
El año pasado encontré en un blog – ya había visto el libro en distintas librerías – el listado de los “Mil y un álbumes que hay que escuchar antes de morir”[1]. Descargué el listado pensando en encontrar muchos de aquellos álbumes que yo había escuchado a lo largo de más de 40 años, pero no fue el caso. Sí aparecían muchos títulos que conocía y otros que no. Muchos álbumes que estaban en mi portafolio personal de escucha histórica, y muchos que – en mi listado de “clásicos” – ni siquiera aparecían.
Se imaginarán la cantidad de comentarios al pie, muchos hasta insultando, por la omisión de “verdaderas obras de arte”, olvidadas, menospreciadas, según la opinión de los lectores.
Mi lectura fue distinta. Lo que pensé fue: ¡cuánta cantidad de música que no he escuchado y que ahora, gracias al trabajo de quien compiló la información, puedo disfrutar!
La lista comienza a principios de los años 50 del siglo XX y termina en el año 2005. Mil y un álbumes.
En algún punto, unos meses después de haber ido y venido por toda la lista, escuchando en forma aleatoria muchas cosas hasta el momento desconocidas para mí, me pregunté: ¿cuántos álbumes podrían llegar a formar tu criterio y gusto musical? ¿y cuánto tiempo llevaría escuchar y hablar con otros, sobre esa música, para construir y perfeccionar ese criterio?
Lo compartí en un grupo de amigos, músicos en su mayoría, y surgió un número aproximado: 250 álbumes. Teniendo en cuenta que los álbumes que más nos gustan los escuchamos más de una vez (muchas más), esto significa que podríamos emplear el tiempo de escucha de 2.000 álbumes (ocho veces cada álbum en promedio, por doscientos cincuenta álbumes), más el tiempo dedicado a hablar de música. ¡Eso es mucho tiempo[2]!
En mi caso, desde el momento en que comencé a escuchar los álbumes de la lista, más los agregados de mi gusto, he alcanzado – en este momento – la cantidad de 331 álbumes. Algunos los he escuchado unas dos o tres veces, lo que alcanzaría a la cantidad de 380 álbumes, aproximadamente.
¿En qué tiempo escucho música? Mientras hago cosas que me permiten hacerlo. No escucho música cuando leo, pero sí cuando me dedico a otras tareas que no requieren mayor concentración consciente. Y eso me permite, a pesar de no tocar ningún instrumento, hablar de música con cierta soltura, con gente que sí se dedica a la música y/o que la disfruta tanto como yo.
Pero claramente no me permitiría (ni se me ocurriría) hablar de música con un profesional. Nunca osaría, por ejemplo, hablar del tema con Charly Garcia. Así como ninguno de nosotros podría hablar de tenis – de igual a igual – con Rafael Nadal o Roger Federer.
¡Qué diferencia con otros temas, que – siendo tan o más complejos que la música o el tenis – nos encuentra (o sorprendemos a otros) hablando con la misma soltura con la que le explicaríamos al Gato Gaudio[3] cómo pegar un mejor revés!
Coleccionistas de diplomas
Todos los días nos encontramos con “profesionales de la mesa de café” explicando con absoluto conocimiento del caso cómo tiene que jugar la selección nacional de fútbol, cómo se tiene que manejar un país o cómo obtener una mayor rentabilidad siendo el gerente general de tal o cual empresa.
En otro artículo de mi autoría expliqué que eso se debe al llamado Efecto Dunning-Kruger[4]. En la intimidad de mis conversaciones con amigos, lo llamamos idiotez[5]. ¿Cuánto tiempo habrá jugado al tenis el idiota para hablar de tenis? ¿Cuánto tiempo habrá estudiado música el idiota para dar consejos sobre composición? ¿Cuánto tiempo habrá entrenado el idiota en desarrollar las habilidades gerenciales y directivas necesarias para tomar decisiones de calidad, como debe hacerlo aquel que tiene responsabilidad ejecutiva en una empresa?
Desarrollar criterio personal y profesional para desempeñarse de manera efectiva en cualquier disciplina lleva tiempo y entrenamiento. El entrenamiento es vital. Y cuando uno entrena, se perfecciona. Y cuando uno está en capacidad de entrenar a otros, entonces puede ser llamado coach (entrenador).
Hoy tenemos una oferta muy amplia de coaching, conformada por muchos entrenadores de alta calidad y por otros tantos que hablan bonito.
Quienes nos hemos formado y entrenado en ese tipo de habilidades, nos damos cuenta rápidamente de la diferencia entre un entrenador en su materia y un trasnochado que ha leído unos cuantos libros para obtener un diploma y una foto con su certificado.
Dice Julio Velasco: “si le doy a diez personas uno o dos libros sobre vóley y los leen, en dos semanas estamos hablando todos sobre vóley. Pero hay una diferencia enorme entre conocer sobre vóley y saber de vóley”. Julio Velasco es uno de los tres mejores entrenadores de vóley de la historia del deporte[6]. Los otros diez están listos para la foto con el cartón. Al pie de la imagen diría: “Feliz con mi certificado. Ahora soy coach de vóley.”
Entrena para perfeccionar tus habilidades. El saber está en el detalle específico, que permite conseguir verdaderos resultados.
¿Cómo descubrir si estás frente a un profesional o frente a quien conoce del tema superficialmente? Haz doble click (es decir, haz preguntas) sobre cualquiera de sus explicaciones, pide detalles y resultados conseguidos.
¿Cómo no convertirte en aquel que conoce superficialmente y se muestra como profesional? Entrenando de verdad, sin coleccionar diplomas para la foto.
Aprender y entrenar para saber. El camino es largo y es arduo.
Por eso es para profesionales.
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[1] https://es.wikipedia.org/wiki/1001_discos_que_hay_que_escuchar_antes_de_morir
[2] Esto me recuerda el concepto explicado por Malcolm Gladwell en su libro Outliers, sobre las 10.000 horas de entrenamiento para dominar una disciplina a nivel superlativo.
[3] Gastón Gaudio, ex tenista argentino, Campeón en Roland Garros 2004 https://es.wikipedia.org/wiki/Gast%C3%B3n_Gaudio
[4] El efecto Dunning-Kruger indica que, cuanto menos sabemos, más creemos saber. Este efecto es un sesgo cognitivo, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real.
[5] “Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”. Groucho Marx.
[6] Nominado por la FIVB Federación Internacional de Voleibol.